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4/10/11

Toros y toreros

Antoñete




El maestro Antoñete había cruzado España de este a oeste. De Hellín a Badajoz. Atrás quedó el glorioso torero de 1985 y su emotiva -segunda- retirada en Las Ventas. Corría marzo de 1987 cuando volvió a los ruedos para atravesar la piel de toro. "Me encuentro bien, he descansado dos años; pienso que no debí retirarme en mi mejor momento, por eso vuelvo". Antonio toreó en 1987 unas cuantas corridas. Hizo una campaña corta, gris, opaca. Volvió, descansado, el torero de los años negros, al que seguía un puñado pequeñito de incondicionales. A los dioses del toreo no les sienta bien el descanso. Por lo que en 1988 decidió seguir. En Madrid, en su plaza de Las Ventas, junto a Curro Romero y Manili.
De nuevo la verónica, honda, rotunda, clásica. La media tan suya; verónica sobria y recargada a la vez. Y con la muleta, la distancia -el cite de lejos-. El terreno, eso de torear entre las rayas de picar, y el temple. Despacio, la mano baja, el redondo fluido. El natural largo, tan largo, que cuando remataba nadie se acordaba del comienzo. Y el de pecho obligado, sin ratimagos, de pitón a rabo.
La tauromaquia de Antoñete: la trinchera, el trincherazo, el ayudado por bajo, rodilla flexionada. Aquella rodilla que Joaquín Vidal proclamó monumento nacional. El molinete, los cambios de mano, el pase del libro... La maravilla del toreo accesorio que en Chenel se convierte en fundamental. La fusión del clasicismo castellano y rondeño con el barroco de Triana. Cayetano, Pedro Romero y Belmonte. Grandeza de un creador. Volvió Antoñete, tras cruzar España, cansado como un dios del toreo, para dictar su penúltima lección magistral. Cosas de torero.
Jorge Laverón (El País, 11.05.2007)

 

Silverio



Silverio Pérez ha sido el torero que mejor ha representado el alma mexicana. Silverio era un indio puro y un torero que transmitía la indolencia, la apatía, de su raza vencida. Cagancho, el maestro gitano, influyó mucho en México, Silverio asimiló el empaque, la dejadez del torero de Triana. El toreo de Silverio fue una confluencia de indio y gitano. Por eso le llamaron el Faraón de Texcogo. A Silverio como representante del alma mexicana le cantó el gran Agustín Lara, pero también el singular artista cubano Bola de Nieve.
Silverio Pérez en España dejó contadas muestras de su arte. Toreó poco -con regular éxito- y además lo impidió la guerra. En México Silverio fue el rival más serio que tuvo Manolete. Rivalizaron, se admiraron e intercambiaron conocimientos.
Igual que Joselito el Gallo aprendió de su rival Belmonte, y éste de José. Manuel Rodríguez, el gran califa cordobés de la posguerra, captó el temple y el elegante desdén de Silverio. El mexicano asumió de Manolo, el toreo de cercanías, el esteticismo, el pundonor. Aquel no dejarse ganar la partida. El grito del pueblo mexicano cuando Silverio y Manolete iniciaban el paseíllo en la México: ¡Silverio no te rajes! No lo hizo. Cortó el rabo.
Artículo de Jorge Laverón publicado en El País el 21.05.2007

 

Alfonso Merino



Madrid, tierra de toros, es también cuna de grandes toreros. Raros, urbanitas, bohemios, elegantes. Un artista único y genial fue Alfonso Merino.
Los más viejos del lugar recuerdan la figura sin par de Alfonso, el torero del barrio de Pardiñas. De su inmensa torería transmitida de boca a oreja, los jóvenes aficionados tienen a Merino como un héroe, un mito. Vieja leyenda.
Fue en la vieja plaza carabanchelera de Vista Alegre donde Alfonso Merino se reveló. Toreó con una pasmosa suavidad. Un temple mágico unido a un empaque desconocido. Torear despacio, acompasado, erguida la figura. Sin tensión, ni crispación. Natural. Hondo.Profundo.
En un suspiro Merino hizo plaza en Las Ventas: cada novillada, un lleno, un clamor, una expectación, una decepción y otra. El arte puro, la bohemia. "En los campos están comiendo los que van a pagar esta juerga". El 29 de abril de 1956, tarde de confirmación de Marcos de Celis, el genial torero palentino, con Juan Posada, cabeza de cartel, Alfonso Merino cortó las dos orejas. Puerta grande, la puerta de la gloria. No pudo ser. Una grave cornada.
En la barra-barrera de la Cervecería Alemana, estaba el hombre, el torero. Alfonso Merino.
Jorge Laverón (El País 25.05.2007)
Foto: Manón

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